El saber hacer de la experiencia

 


    Me gustaría compartir con vosotros una pequeña reflexión personal.

    Hace poco cumplí treinta y veinte años. Desde hace mucho decidí que mi edad se expresaría de esta forma, como un sumatorio desde los treinta. No es un modo de aferrarme a la juventud física, muy al contrario, es un modo de reivindicar la juventud mental.

    Hace unos años, hastiado de entornos laborales hostiles y de jefes con más miedos que fortalezas incapaces de comprender lo que significa el concepto de liderazgo, decidí cambiar mi rumbo hacia lo que, pensado desde la reflexión serena, había sido mi vocación desde siempre, la educación. No me gustaba lo que veía en los entornos laborales en los que me movía, por lo que pensé que una buena idea sería aportar mi granito de arena para cambiarlos desde la base, desde el colegio. En mi cambio, encima, tuve la suerte de caer entre grandes profesionales y líderes (con independencia del nivel jerárquico en el que se encuentren) en www.colegiobase.com , que se desviven día tras día por darme, por dar a todos, lo mejor de sí mismos.

    Inicialmente, en el momento del cambio y más con una cierta edad, mis miedos se dirigían a que un cambio laboral tan marcado pudiera no ser entendido y suscitara rechazo. Todo lo contrario. He encontrado un entorno de desarrollo tan favorable, que me ha permitido sentirme en la actualidad con más energía, pleno y útil que nunca.

    Y es a este punto al que quería llegar. A mí, la experiencia (que por más que de jóvenes queramos lo contrario, solo se adquiere con mucha paciencia) me ha permitido entender la vida a través de distintos prismas, aprendiendo a ver las distintas realidades (seguro que no todas) que envuelven a una misma situación.

    Vivimos en una sociedad muy acelerada inmersa en una profunda crisis, más allá de la económica y sanitaria que día a día vemos en nuestro rededor, que considera  que los “mayores”, laboralmente, son un lastre, siendo discriminados en este ámbito por el hecho de la edad. La experiencia es algo que no lo enseñan ni universidades ni másteres de prestigio. La experiencia es algo que lo enseña la vida y que, como ya he mencionado, solo lo da el tiempo. La edad te hace ser capaz de reinventarte con más facilidad, precisamente, porque tenemos más vivencias en las que apoyarnos.

    Por supuesto que los jóvenes sin experiencia necesitan sus oportunidades, aspecto que aprovecho también para reivindicar desde aquí, pero las organizaciones, y el mundo en general, serán mucho más eficientes cuanto más sepan llegar a un equilibrio entre sus personas de más edad y las de menos. Nadie nace aprendido y tampoco el paso del tiempo es un seguro para saberlo todo...pero ayuda.

    Demos una oportunidad a la experiencia.

Carta abierta a mis hijos (en tiempos de Coronavirus)



the future is now GIF
Mis queridos hijos:

Estamos viviendo una situación extraña. Me cuesta convencer a mi cerebro que no ha pasado ni una semana desde que se cerraron los colegios y apenas tres días desde nuestro confinamiento en casa. Se empeña en hacerme creer que esta situación lleva años con nosotros. Sé que es una sensación transitoria que desaparecerá en pocos días, en cuanto se acostumbre, que lo hará, a la nueva situación.

Somos privilegiados. Es una frase que me la habréis escuchado pronunciar en cientos de ocasiones. Hemos nacido en el lado rico del mundo, mamá y yo tenemos trabajo, os podemos dar unos estudios, irnos de vacaciones todos los años, podemos darnos algún capricho… En fin, pertenecemos a esa minoría que, una vez que sobrevive, supervive.

Un día, de repente, empezamos a oír que algo pasa en un país muy lejano, China…ni le prestamos atención. Al día siguiente lo volvemos a oír, y al siguiente, y al siguiente…y poco a poco vamos enterándonos de qué es lo que les pasa a los chinos, allí lejos, en China. Y nos asombramos con su capacidad de reacción levantando hospitales en directo por Internet en diez días. Y vemos que empieza algo de alarma general. Y nos empezamos a familiarizar con una palabra, Coronavirus. Y empiezan las primeras risas por WhatsApp. Y oímos que hay casos de contagios en Italia. Y pensamos que eso aún está muy lejos. Y oímos que en España hay algún caso. Y…, y…, y… y el final no lo sabemos, pero el presente sí.

Me habéis oído también hablar alguna vez de Zygmunt Bauman. Si no os acordáis podéis preguntarle a cualquiera de mis alumnos, que seguro que alguno lo recuerda. Este señor fue un sociólogo y filósofo polaco que falleció hace pocos años y que acuñó el término “modernidad líquida”. Se refería a ese término en contraposición a las realidades sólidas en que vivíamos hasta hace pocos años. Fue a raíz, no del nacimiento, sino de la democratización y expansión de Internet, que el mundo nos cambió tal y como lo conocíamos. Las certezas que antes tenían unos períodos de vida muy largos pueden verse afectadas y cambiadas en cuestión de días, de horas. Las enciclopedias que solo hacían variar nuestras realidades cuando llegaba a principios de año el representante de turno con el nuevo tomo, han pasado a la historia por otras enciclopedias dinámicas, virtuales y que cualquiera puede escribir con un simple teléfono móvil.

Me pregunto si, sin Internet, ahora estaríamos confinados en casa. Y me respondo: pues seguramente no. Lo más probable es que el maldito virus este, habría pasado por encima de nosotros sin casi enterarnos, se habría llevado por delante a una parte de la población que, desgraciadamente, nadie se hubiera extrañado por su muerte (personas mayores y afectadas ya con diversas patologías) y el resto lo hubiéramos pasado, o no, pensando que tenemos una gripe o un catarro “mal curao”. Internet y la era de las comunicaciones, nos ha permitido actuar todos a una para intentar que este virus mate y afecte al mínimo número de personas.

Pero bueno, a lo que voy, queridos hijos. Os va a tocar vivir en una época de realidades cambiantes, llena de incertidumbres, donde papá y mamá no van a estar ahí para sacaros las castañas del fuego, donde seréis vosotros los papás y mamás que tendréis que dar la misma seguridad a vuestros hijos que nosotros os damos, o al menos intentamos daros.

Y, por suerte, jugaréis con una ventaja. A los de mi época, ya sabéis que tengo treinta y diecinueve años y que, aunque aún no seáis capaces de procesarlo, la edad es un estado mental y no físico, todo esto nos ha venido de golpe. Nosotros vimos el nacimiento de Internet, vimos cómo las enciclopedias de papel se llenaban de polvo, tuvimos que aprender a usar el dedo sobre teclados sin teclas, a usar Twitter y LinkedIn para poder cambiar de trabajo. ¡Gracias al cielo que no nos pilló la época de ligar virtualmente… lo que os estáis perdiendo con eso!

Resultado de imagen de futuro

A lo que voy es que vosotros veis el modo social establecido que nos rodea como algo normal, ya que habéis nacido con ello. Y que conste en acta, señor juez, que creo que esta sociedad en la que nos movemos tiene más ventajas que desventajas…pero tenéis que andaros muy listos. El poder cada vez más está en el pueblo. Eso, bajo mi punto de vista es bueno, muy bueno. Permite sacar a la luz injusticias que de otro modo permanecerían ocultas. Esperemos que una consecuencia de esto sea que al fin absolutamente todos nuestros políticos sean en un futuro cercano realmente personas con vocación de servicio público y no personas que se aferran a sus puestos como único modo de supervivencia laboral. El futuro del Gobierno Abierto que ya se empieza a realizar por algunas instituciones de forma más o menos abierta y con más o menos capa de maquillaje, está cada vez más cerca.

Me reconduzco en lo que os quiero contar, que me pierdo por las ramas. En el futuro que os espera, vivirá, sobrevivirá, supervivirá y triunfará el que mejor se adapte. Y cuando hablo de triunfar no me refiero a tener grandes mansiones y yates o llegar a puestos importantes en las empresas. No. Me refiero, simplemente, a ser feliz.

Sabéis que raramente os doy soluciones a vuestros problemas. Me empeño en que las consigáis vosotros llegando de forma razonada a ellas. Es cierto que os suelo dar argumentos contrarios a lo que pensáis vosotros, pero eso no es más que una estrategia de maduración, de crecimiento…debéis ser capaces de analizar y argumentar vuestras decisiones. Esto hace que en ocasiones a veces os equivoquéis…pero no importa. Es el momento de las equivocaciones y el aprendizaje mediante ellas. Si toda equivocación lleva una reflexión de autocrítica posterior y personal, nunca será una equivocación, será un aprendizaje. El razonar os hará libres. Os hará ciudadanos responsables capaces de pensar por vosotros mismos, lo que os evitará que de forma aborregada y llevados por el pánico actuéis de forma inconsciente y sin rumbo.

La sociedad en la que vivimos es una sociedad de oportunistas, entendiendo la palabra no de forma peyorativa sino todo lo contrario. Hay más oportunidades y están más al alcance de la mano de lo que nunca han estado. Pero son oportunidades volátiles, cambiantes. No penséis hijos míos, que con tener una vez una buena idea ya vais a poder vivir de ella. La sociedad va más rápido de lo que podemos imaginar. Según estéis teniendo la idea y haciéndola visible al mundo, va a haber muchas personas que la estén copiando y mejorando. Eso es lo que se llama innovar.

Innovar no es inventar cosas nuevas que nunca han existido. Innovar es saber aprovechar lo que existe, articularlo, verlo desde otro punto de vista y conseguir nuevas ventajas. Y eso es algo que debéis acostumbraros a hacer de forma incansable para triunfar, es decir, para ser felices. Eso os permitirá mantener vuestros trabajos o conseguir otros que os llenen más. Eso os permitirá mantener encendida la llama del amor con vuestras parejas (“qué cursi te pones, papá”). Eso os permitirá no aburriros de vosotros mismos y os dará la sensación de ser seres libres, en constante evolución, donde el único límite seréis vosotros mismos.

Mis queridos hijos, cuando algún día, confío que dentro de muchísimos años tanto por mi parte como por la vuestra, nos encontremos de nuevo en otra dimensión, espero que compartamos entre risas, una cerveza bien fría y un platito de jamón, lo bien que os ha ido en la vida, lo felices que habéis sido. Os aseguro que tanto papá como mamá llevamos luchando por ello desde nueve meses antes de conoceros en persona.

Un besazo. Os quiere.

Vuestro padre.

La insatisfacción por lo no deseado y no conseguido


sad self harm GIF
Una vez casi me convertí en millonario.

Recuerdo como un día mi mujer, por aquella época mi novia, se acercó a mí con un extraño gesto en la cara, mitad contrariado, mitad alegre, y me dijo: “Nos ha tocado una de cinco”. Obviamente se refería a una Primitiva. ¡Bueno, que maravilla! Por fin la estadística se había aliado con la probabilidad y habían decidido darnos una alegría económica. (Los más observadores se habrán dado cuenta de que no he mencionado la palabra “suerte” y es porque no creo en ella…pero eso probablemente sea objeto de otro post).

La primera reacción fue ir a consultar el teletexto. Sí, el teletexto; esa función de las televisiones, hoy prácticamente en desuso, que hace unos años era lo más parecido a tener una suscripción a un medio digital de noticias de la web. Nos habían tocado aproximadamente 500.000 ptas. (ptas=pesetas; es decir, la moneda de curso legal existente en España desde 1868 con la Reina Isabel II hasta el 28 de febrero de 2002). Los de mi quinta y anteriores entenderán perfectamente lo que ese importe significaba a principios de los 2.000. ¡Eso era medio millón de pesetazas! Claro que si miramos al cambio estamos hablando de 3.000 €…que vaya, pues tampoco da para mucho actualmente.

Retomo el hilo, que lo pierdo arrastrado por la nostalgia de tiempos pretéritos. El tema es que miramos el telexto y el único acertante de primera categoría (o sea, seis aciertos) iba a cobrar más de 2.000.000 de euros (sí, de euros, no de pesetas). El sentimiento de alegría inicial se tornó, si no en uno tristeza, sí en uno un tanto de angustia. Si hubiéramos acertado un número más habríamos cobrado más de 1.000.000 de euros. Lo que debía ser un motivo de alegría, brindis y satisfacción se convirtió durante una temporada más larga de lo que me hubiera gustado, en una sensación de desazón generalizado por lo que pudo haber sido y no fue.

Poco a poco fui reeducando a mis emociones a ver el lado positivo (que lo tenía y mucho) del asunto. Era cuestión de realizar un sencillo pero frío y asentimental análisis. Un segundo antes de que mi novia entrara por la puerta a darme la noticia yo era plenamente feliz… ¿cómo era posible que una noticia positiva (ganar 3.000 € no esperados) me produjera tristeza e insatisfacción? Estaba experimentado el síndrome de la insatisfacción por lo no deseado y no conseguido. Me explico. Sinceramente cuando juego a la Primitiva, como no creo en la suerte, mi mente analítica me deja bien claro que las probabilidades de que mis números salgan son ínfimas, aunque existen, por lo que juego. Pero el hecho de que no salgan mis números sorteo tras sorteo, no me produce, semana tras semana, ninguna insatisfacción. ¿Cómo era posible entonces una reacción tan aparentemente contraria a la lógica?

Y pensándolo fríamente, como ese caso me han ocurrido decenas en mi vida. No que casi me hiciera millonario, sino que algo que casi me ocurre y que no esperaba, me produjera desazón, insatisfacción, malestar… Por suerte, he (bueno, estoy) aprendiendo a detectar y controlar esas situaciones. No me está resultando fácil, porque el aspecto egoísta del ser humano me pide ansiar siempre el máximo beneficio en todos los aspectos, incluido el emocional.

Pero bueno, poco a poco lo voy dominando. Lo no deseado y no conseguido, no va a poder con mi estabilidad, tranquilidad y felicidad.

Otro Cuento de Navidad


baby it's cold outside lyrics GIF by Denyse
Eran las seis y media de la tarde del día de Nochebuena. Apagando el ordenador miré desde una de las ventanas de mi amplio despacho. La calle estaba iluminada por una gran cantidad de bombillas multicolores y ocho pisos por debajo de mí podía distinguir una multitud de personas con bolsas de regalo. Se me había hecho tarde... una vez más.

Mi trabajo me exigía muchas horas de dedicación, pero en el fondo no me importaba; los beneficios económicos lo merecían con creces. Me puse el abrigo y salí a la calle deseando felices fiestas a la única persona que quedaba en el edificio, el guarda de seguridad, y que estaba esperando que yo me fuera para cerrar. Tenía que comprar los regalos navideños e ir a casa. Si el tráfico no estaba muy mal podría llegar sobre las nueve. La tarde estaba bastante fresca y caía algo de aguanieve. Pensé que la mejor opción era dejar el coche en el aparcamiento e ir a comprar los regalos a unos grandes almacenes cercanos. No me llevaría mucho tiempo. Tenía que comprar algo para mi mujer y para mis dos hijas de cinco y seis años. No sabía qué, pero era lo mismo. Compraría algo lo suficientemente caro como para que si a mi mujer no le gustaba no tuviera problemas en cambiarlo por lo que quisiera.

Tal y como había imaginado, en poco más de una hora había comprado todo y me encaminaba de vuelta al parking de la empresa a recoger el coche. Decidí atajar por un callejón sin saber la sorpresa que me esperaba. De entre un par de contenedores de basura salieron a mi paso dos individuos. Uno me agarró por detrás del cuello y el otro me amenazaba por delante con una navaja. Me robaron todos los regalos que acababa de comprar y la cartera, me quitaron el abrigo, la chaqueta del traje y los zapatos. Después me dieron un golpe en la cabeza que me dejó medio aturdido y que me provocó una pequeña brecha. Me empujaron contra los contenedores de basura y caí de bruces a un charco.

Cuando me recuperé y pude levantarme mi aspecto era lamentable. Descalzo, medio desnudo, empapado y sangrando por la cabeza. Como físicamente no me encontraba mal del todo y como en la chaqueta iban las llaves del coche, decidí ir a coger el metro. Por suerte había una entrada muy cerca de allí. Imaginé que no me sería muy difícil reunir el dinero que me costaba un billete.

Según me acercaba a la entrada me percaté de que la gente se apartaba a mi paso y que los padres alejaban a los niños de mí. Comencé a bajar las escaleras del metro, resbalé y caí rodando hasta el vestíbulo de entrada. Noté un fuerte golpe en la cabeza, un profundo mareo y vi como se nublaba todo a mi alrededor mientras notaba que perdía el conocimiento. Cuando lo recobré conseguí levantarme como pude y vi junto a mí a un señor alto y con buen porte, vestido muy elegante con traje negro.
     -Vaya golpetazo que me he dado, - le dije.
     -Y tanto, - me contestó mientras con sus ojos me hacía un gesto para que mirase hacia abajo.

Cuando bajé la mirada pude verme tumbado boca abajo con un aspecto lamentable mientras la gente que pasaba por la estación me esquivaba para no pisarme.
-¡Pero si ese soy yo...!, - acerté a balbucear.
-Pues sí, ese eres tú, - contestó sin inmutarse el señor elegante. –Y ahí continuarás un buen rato hasta que un andrajoso pordiosero (de esos que tú siempre has repudiado, por cierto) te intente ayudar y compruebe que estás muerto.
-¿Qué... qué quieres decir?
-Pues eso, hombre. Que el golpe que te has dado al caer te ha matado.
-¡Pero si no es posible... si yo estoy aquí, si estoy vivo, si...!, - le contesté muy nervioso. -¿Y tú quien eres? ¿Qué está pasando?
-Quién soy yo poco importa... Lo importante ahora es qué has hecho tú.
-No comprendo... ¿De qué me hablas?,- le dije, mientras todo lo que me rodeaba, excepto este enigmático señor, comenzaba a girar a gran velocidad. Cuando todo se detuvo me encontré junto a él delante de una puerta. No distinguía nada más. Era como si nos encontráramos flotando.
- Vamos a dar un pequeño paseo, - dijo con tono sereno el señor elegante de traje negro. – Abre la puerta.

Yo obedecí. En aquel momento de confusión habría obedecido órdenes de cualquiera. Entramos. Delante de mí pude ver a mi mujer en la cama de un hospital. Tenía en sus brazos a un recién nacido.
-¿Reconoces la escena?, - me preguntó el misterioso hombre.
-Pues claro. Es mi mujer con mi primera hija recién nacida. Tengo una foto en casa exactamente igual que esta escena.
-¿Y recuerdas quién hizo la foto?
-No sé, supongo que su madre, o una enfermera... no lo sé.

La escena desapareció de repente y apareció frente a nosotros otra puerta. “Ábrela”, me dijo. Entramos en la estancia. Allí estaba yo sentado en la habitación de un hotel delante de mi ordenador portátil y hablando por teléfono.
-¿Sabes con quién hablas?, -me preguntó con su ya habitual tono sereno? – Ya te lo digo yo. Estás hablando con tu mujer. Te está contando que tu hija ha nacido y tú estás en un hotel en Londres, cerrando uno de tus negocios. ¿Te acuerdas? Claro que te acuerdas. Fue uno de tus mejores negocios... Viste por primera vez a tu hija cuando ya tenía ocho días.
-No sé si me estás acusando de algo, pero te advierto que mi mujer siempre entendió ese viaje.
-Abre esa puerta, -me dijo con tono imperativo. La anterior escena había desaparecido y ante mí encontré a mi mujer sola y llorando en la misma cama del hospital en que la había visto antes. – Eso es lo que te dijo, que lo entendía. Ella entendía el viaje, lo que no entendía y sigue sin entender, es cómo tú pudiste ir a ese viaje.
-Abre esta otra puerta.

La abrí sin rechistar.
-Es la representación teatral que hacen mis niñas en el colegio todas las navidades...
-...y que nunca has llegado a ver, - completó mi frase. – Ésta en concreto es la del año pasado. Ese año les habías prometido que irías sin falta... que no te lo perderías por nada del mundo... que era lo más importante para ti... que...
-Está bien, ya sé lo que dije, ya lo sé, - le corté enfadado.

Me abrió otra puerta que apareció frente a nosotros y me invitó a pasar.
-Esto es lo que pasaba a la hora de la representación, - me dijo con tono cansino.

Delante de mí podía verme brindando con champán francés con mi equipo de trabajo por la importante fusión que acabábamos de firmar.

la ideas GIF


-Abre esa otra puerta, -me indicó.
-Me da miedo, -reconocí.
-No seas cobarde... total nada de lo que allí aparezca puede ya influirte. Recuerda que estás muerto.

Cuando la abrí pude ver a mis hijas con su madre. Acababa de terminar la función y ellas preguntaban por mí.
-Tu mujer les está mintiendo. Les está diciendo que has visto la obra de teatro y que has tenido que irte, que esta noche te verán en casa. Y así fue. Esa noche las viste en casa... cuando ya estaban durmiendo en la cama. Abre esa otra puerta.
-¡No!, - grité. –¡Ya no puedo más! Yo pensaba que mi familia era feliz, que tenían todo lo que necesitaban, que no podían pedir más.
-Hasta cierto punto llevas razón. Tienen todo lo que se puede comprar con dinero. Pero no te tienen a ti. A ti no te pueden comprar con dinero porque el dinero te ha comprado a ti. No has logrado entender que para ser feliz no es tan importante el tener como el saber disfrutar de lo que se tiene. ¿Te das cuenta? Bueno, aunque ya da lo mismo si te das cuenta o no.

En aquel momento apareció ante nosotros la imagen de la entrada del metro conmigo tumbado a nuestros pies. Junto a mí pude ver arrodillado a un vagabundo que intentaba ayudarme. Al ver la sangre de mi cabeza se asustó y corrió a avisar a un guardia de seguridad. Cuando volvió con él noté un fuerte mareo y una extraña sensación de vacío. Abrí los ojos y junto a mí pude ver al vagabundo, al guardia y a varios curiosos que se habían arremolinado junto a mí.
-¿Te encuentras bien, colega?, - oí que me decía al oído el vagabundo.
     -Sí, sí..., -acerté a decir mientras me incorporaba ayudado por este.

     Cuando me levanté vi junto a mí al señor elegante de traje negro que me miraba atentamente sin decir nada.
     -Me han robado y no tengo ni para coger el metro para ir a casa, - dije entre avergonzado por mi aspecto y asustado por lo que creía que me había pasado.

     El guarda y el vagabundo me acompañaron hasta el torno de entrada y el guarda nos dejó pasar. Mientras, el señor de negro nos seguía atentamente con la mirada. Cuando atravesamos el torno me topé de frente con el señor elegante de negro. ¿Por dónde había pasado?
     -No es habitual pero te han concedido otra oportunidad,   -me dijo con aire circunspecto. -Supongo que se habrán dado cuenta de que tu mujer y tus hijas no tienen la culpa de que seas un auténtico capullo. ¿Sabrás aprovecharla?

     Sin tiempo para contestarle desapareció.
     -¿Lo has visto?, - le pregunté alterado al vagabundo que me acompañaba. - ¿Tú lo has visto?

     El pobre hombre puso cara de circunstancias y me tranquilizó. “Tranquilo, que yo te acompaño, que no estás sólo.”

     Aquella nochebuena cambió mi vida. Ese vagabundo cenó con nosotros y también durmió. Le di un puesto de trabajo en la empresa y es el padrino de mi tercer hijo. Hijo que he visto nacer y del que no me pierdo ni un momento... ni de él, ni de mis otras dos hijas, ni de mi mujer. No sé lo que realmente pasó en esa entrada de metro. No sé si fue una alucinación o el señor elegante de traje negro fue real. No sé si alguien poderoso me dio una segunda oportunidad o sólo fue una mala jugada de mi cerebro. Sólo sé que la vida es corta, muy corta y que mi inmenso poder económico no la puede comprar. Ni la vida ni los momentos que por estúpido no me permito vivir.



feliz navidad christmas GIF

Reordenándome mi universo


universe embrace GIF

Hace poco escuche una reflexión sobre lo importante que es escuchar al silencio. Aprender de él. Lo cierto es que con los años he ido aprendiendo a saber interpretar los silencios de las personas. Dependen de cada persona. Dependen de cada momento. Dependen de cada circunstancia.

Ahora estoy intentando ir un paso que considero mucho más allá. Estoy en la dura, incierta y no siempre grata labor de aprender a interpretar mis silencios. No me refiero a los silencios que hago más o menos intencionadamente en una conversación (esos, los que me conocen algo saben que se interpretan con gran facilidad, como si de un gran libro abierto se tratara). Me refiero a los silencios de mi universo. Los silencios que desprenden las situaciones temporales. Los silencios de mi entorno vital. Los silencios que no necesariamente van acompañados de silencio. Los silencios que sirven para asentarte mentalmente. Los silencios que sirven para crecer espiritualmente.

Me refiero a esos momentos de la vida en los que te encuentras tú, cara a cara, con ella. Momentos en los que debes de aprender a aislarte para no escuchar las múltiples interferencias que se producen alrededor y poder crear tus propios silencios interiores de meditación. Silencios de paz. Silencios de cogimiento y recogimiento. De cogimiento de lo existente y de recogimiento sobre lo cogido.

Llevo vivida una temporada un tanto convulsa. Lo cierto es que mientras la he pasado ni siquiera he sido consciente de estarla pasando…simplemente se ha afrontado y, paso a paso, día a día, se ha seguido para adelante. Las múltiples interferencias no me permitían silenciarme interiormente para escuchar lo que mi universo interior quería contarme. Poco a poco he conseguido apaciguar los ruidos que multitud de universos más o menos ajenos al mío provocaban, unos de forma bienintencionada, otros de manera malintencionada y otros porque debían hacerlo, simplemente porque son de los universos que tienen que hacerse notar, que tantos hay…

Y ahora que voy aprendiendo a aislarme, me he dado cuenta de una aparente contrariedad. Lo “bueno”, los acontecimientos que ocurren en mi vida y que ojos ajenos podrían sin duda catalogar como de situaciones afortunadas, aunque no sea consciente, me estresa, me mantiene en un estado de incómoda alerta que no me permite disfrutar del instante, de lo que me ofrece la vida. Mi ego se crece, se empieza a considerar poco menos que inmortal  y hace llevar a mi subconsciente a querer más, a ansiar que todo sea como ese modo idílico y temporal que vivo. Y mi subconsciente me sumerge en un estado de ansiedad permanente, de búsqueda incansable de la imaginaria felicidad infinita que me desquicia, me estresa, me hace volverme egoísta intentando, sea como sea, conseguir más éxtasis mental, pasando por encima de quien sea, sacando mi parte más animal, difuminándose así  por tanto en muchas ocasiones mi parte humana, racional, cabal.

En cambio cuando lo que ocurren son situaciones que a priori no son deseables, llamémoslas “malas”, una vez afrontadas y asumidas consiguen transportarme a una increíble paz interior. Esos momentos de miedos vitales hacen que sea consciente de lo realmente insignificante que soy. Un ser, como todos los humanos, tan vulnerable que una simple caída, un despiste  o un microscópico virus, pueden acabar con su existencia. Y esa asunción de mi propia fragilidad me otorga la fuerza y la alegría para seguir, para exprimir al máximo cada instante; porque la vida son instantes y nadie tenemos firmado cuál va a ser el último. Mi subconsciente relativiza de forma mágica y pone a cada cosa en su sitio. Ordena y prioriza lo importante y me llena de felicidad mientras me permite disfrutar como si no hubiera un mañana (que quizá no lo haya) de lo que tengo, de lo que soy…y lo que es más importante, con los que tengo y que me hacen ser.

Poco a poco, día a día, estoy aprendiendo a ser libre, a romper las ataduras terrenales que no me permiten disfrutar del regalo de la vida y la libertad. No es fácil y constantemente desando lo caminado para volver a sucumbir en mis mortales miedos de inseguridad. Pero poco a poco lo voy consiguiendo. Poco a poco veo cómo rascar de todas las situaciones para ver su lado positivo y aprender; aprender además sin echar la culpa de lo que ocurre a nadie, desde el prisma de la autorresponsabilidad. Ese me parece uno de los puntos más importantes para conseguir ese equilibrio de crecimiento interior hacia el disfrute pleno. Asumir los hechos en primera persona y ver cómo podría haberse obrado para que el final fuera el deseado. Eso sí, sin traumas, sin resentimientos ni propios ni ajenos, sin odios, siempre desde el punto de partida del análisis objetivo y con el punto de llegada de crecimiento, estabilidad y plenitud interna.

“Juan Salvador Gaviota voló mucho más allá de los lejanos acantilados. Su único pesar no era la soledad, sino que las otras gaviotas se negasen a creer en la gloria que les esperaba al volar, que se negasen a abrir los ojos y a ver”.

El tiempo y sus pérdidas...

aging doctor who GIF by Feliks Tomasz Konczakowski


Necesito escribir…y no tengo claro sobre qué. Pero necesito escribir.

La sensación me ha sorprendido esta mañana esperando en la consulta del dentista. Tenía cita a las diez de la mañana. Era el primero. No había nadie más citado a esa hora. A las diez menos dos minutos entraba por la puerta de la consulta... para sentarme en la sala de espera. He visto entrar de la calle a la dentista (o la dentisto o la dentiste…o cómo se diga; lo último que pretendo es ofender a algún colectivo) a las diez y siete minutos. Mal empezamos. Tras hojear tres apasionantes, a cuál más, revistas, a las diez y veinticinco me hacían una radiografía y a las diez y media la dentista (o la dentisto o la dentiste…o como se diga) estaba ya conmigo. Mientras hurgaba en las entrañas de mi boca diciendo una y otra vez lo mal que estaba aquello he estado reflexionando sobre la media hora de mi vida que me habían hecho perder aquella mañana.

Si hay algo que todos los seres humanos poseemos en propiedad y que nos iguala a todos, ricos y pobres, altos y bajos, jóvenes y viejos, es el tiempo. Mi tiempo es mío y solo yo debo decidir en qué invertirlo (nótese que no he dicho gastarlo). Además no sé cuánto tengo. Solo sé del que ya he dispuesto, pero no sé cuánto tengo más, cuánto me queda. Es mi bien más preciado. Sin tiempo no puedo considerar tener otras cosas también muy importantes como puede ser el gozar de una buena salud, el amor de los míos o el sentirme a gusto conmigo mismo. Entonces, ¿con qué derecho esta mañana me han robado media hora de mi tan preciado bien, aunque éste solo haya sido uno de tantos ejemplos? ¿Por qué constantemente se empeñan en robarme mi tiempo y hacérmelo gastar (nótese que ahora no he dicho invertir) en menesteres que no quiero realizar?

Cada uno es libre de hacer con su vida (y por ende, con su tiempo) lo que le plazca…siempre y cuando no influya en la vida de los demás; o no influya al menos de un modo deliberadamente negativo. Si yo quiero invertir mi tiempo en dar un paseo sin hacer nada más que observar a la gente, escuchar el bucólico trinar de los pájaros o el insoportable ruido de los motores de los coches o destrozar maltarareando el soniquete de una “canción” veraniega que se me ha metido en la cabeza escuchando la radio, soy libre para hacerlo. Eso sí, si mi “perdida” de tiempo influye en otros, mi libertad se ha transformado en libertinaje. Según la RAE, libertinaje es el “desenfreno en las obras o en las palabras”. Si tú obras de una forma desenfrenada, es decir, que te entregas desordenadamente al vicio de perder tu tiempo y eso conlleva el hacérselo perder a otro, estas obrando de forma libertina. Y eso no puede permitirse.

El tiempo es un bien demasiado preciado para no usarlo de forma adecuada. Cuando eres joven parece que tienes todo el del mundo, aunque desgraciadamente no siempre es así. Cuando vas creciendo el concepto “todo el del mundo” va tomado dimensión a pasos agigantados y vas viendo que aún sin saber de cuánto dispones, sin duda ya posees mucho menos del que te gustaría tener. Vas viendo que las cosas pasan  muy deprisa y el único consuelo que te queda es poder mirar atrás y poder decir de forma satisfecha: “He vivido plenamente”. Y poder mirar adelante pensando: “Y lo que me quede lo pienso seguir viviendo plenamente”.

Por favor, no roben mi tiempo. Gracias.

La indiferencia del acomodamiento

stupid homer simpson GIF


El otro día reflexionaba con alumnos de 13/14 años sobre la ética de la producción, con base en unos textos explicativos sobre los aditivos potencialmente cancerígenos que se usan en la agricultura y sus peligros, la industria textil que desarrolla su producción en países asiáticos en fábricas inseguras y en régimen de semi-esclavitud de sus trabajadores y los ingredientes usados en infinidad de productos que contaminan despiadadamente el medio ambiente.

Ingenuamente pensé que los textos y su puesta en común servirían para llegar a la conclusión de que algo no iba bien en los modos de producción asumidos mundialmente. Ingenuamente pensé que iban a salir nuevos líderes de opinión en contra de las desigualdades sociales. Ingenuamente pensé  que alguien decidiría mirar las etiquetas antes de comprar uno u otro producto. Ingenuamente pensé que movilizaría conciencias hacia un consumo más responsable.

Todo lo contrario. Su bienestar, el uso de sus marcas favoritas o de su comida preferida, estaba por encima de cualquier texto que pretendiera explicarles la realidad mundial. En aquel momento me quedé muy descorazonado. No era capaz de hacerles preguntas que generasen en ellos un debate que inclinara la balanza del futuro mundial hacia un régimen de mayor igualdad. ¿Pero cómo era posible? ¡Si son chavales! ¿Cómo era posible esa disposición más propia de un cuarentón acomodado que de unos jóvenes que van a liderar el mundo tanto en los entornos políticos como económicos en los años venideros?

Obviamente no lo dejé así. Estoy de acuerdo en que los extremos no son buenos y que tampoco quería llevarles a realizar unos planteamientos extremos de sus hábitos consumistas, pero no podía permitir una indiferencia y pasotismo total ante el entorno circundante. Si eso ocurriera, ¿qué futuro iban a ser capaz de construirse? ¿Qué depararían los años venideros al conjunto de la humanidad? ¿De verdad el conocimiento que se genera y transmite a la velocidad de la luz gracias a la evolución de las nuevas tecnologías no iba a servir sino para acrecentar las diferencias sociales y económicas mundiales? Como decía, no iban a doblegarme tan fácilmente.

Así que rebusqué información fiable por sangoogle y encontré unos vídeos crudos, sí, ¿por qué no decirlo?, muy crudos, sobre realidades derivadas de la falta de ética en la producción. Y se los puse al día siguiente. ¡Qué alegría! Vi cómo sus rostros cambiaban de expresión según avanzaban los vídeos (los puse de más suave a más duro). Vi la emoción en sus ojos. Vi que entendían cómo el azar del nacimiento en uno u otro país podía desencadenar una serie de acontecimientos que marcarían tu vida…y quizá de por vida. Vi cómo entendían que los productos potencialmente cancerígenos a los que no damos importancia, sí que tienen importancia. Vi lágrimas en algunos casos, empezando por mis propios ojos. ¡Sentí  la esperanza, al fin, de que quizá algunos de esos chavales en unos años podrían hacer algo por cambiar la realidad injusta del mundo!

Por si alguien tiene la tentación, aquí dejo los links a los vídeos en el mismo orden que se los puse:
(Este último especialmente impactante desde el minuto 19)

Aquel día dormí muy bien. Me fui a la cama con la tranquilidad de haber colaborado, en la medida (escasa) de mis posibilidades en construir un mundo mejor. Poco a poco, entre todos, sumando voluntades, compromisos, inquietudes…