Un Cuento de Navidad



Cuando al fin don Horacio les deseo a todos felices fiestas, Tinín tenía todos sus libros recogidos en su cartera a falta tan sólo de meter el bolígrafo y el cuaderno en el que había estado apuntando los deberes que su maestro les había puesto para esas vacaciones de Navidad. Los grandes ojos castaños de Tinín se expresaban por sí solos. Las deseadas fiestas navideñas por fin habían llegado. Además aquella noche pasada, la del jueves 20 de diciembre, la madre naturaleza quiso hacerle uno de los regalos que más podía agradecer. Le regaló una estupenda nevada que cubría toda la gran ciudad en la que vivía. Tinín salió entre empujones, prisas y apretones entre sus demás compañeros de clase con dirección al patio del colegio. Allí dejaron sus carteras y mochilas en un gran montón común. Unos se fueron a una pequeña pista de patinaje que habían construido a la sombra de una pared. Otros, entre los que estaba Tinín, habían ido en busca de los últimos residuos de nieve que quedaban en algún resquicio del patio de juegos. Ésta desapareció pronto, por lo que todos decidieron salir fuera a buscar la que todavía se encontraba en un pequeño parque cercano. Volvieron a dejar las carteras con sus libros en un único montón y sin que nadie decidiera cómo, se formaron dos bandos que al instante se enfrascaron en una colosal batalla de bolas de nieve. Locas carreras, persecuciones, algún que otro lloro... El sol que con la timidez propia del invierno radiaba su escasa fuerza, les observaba mientras intentaba alumbrar poco, con muy poquita intensidad para no derretir la nieve que tanto ansiaban los chavales. Pronto, en el grupo de Tinín, surgió un líder que les comenzó a organizar. Objetivo: tomar el campamento enemigo por la retaguardia y atacarles por allí sin que ninguna barrera se lo impidiera. A Tinín le tocó ir por la parte más lejana, rodeando una fuente de tres caños que en invierno permanecía apagada y que estaba en lo alto de una pequeña ladera en mitad de una pradera totalmente blanca. Así que a la orden de su esporádico general, todos partieron en la dirección encomendada. Tinín se aprovisionó de todas las bolas de nieve que pudo sujetar entre su antebrazo izquierdo y su cuerpo, y se encaminó agachado y notando el aliento que respiraba en dirección a la fuente. Su primera escala sería ésta, allí otearía la situación y cuando lo creyese oportuno se lanzaría directo a por el campamento enemigo. ¡La operación se le antojaba perfecta! Cuando llegó detrás de la gran fuente de piedra de tres caños, se encontró con quien en un principio pensó que era uno del bando contrario. Tinín tomó una de las bolas de nieve que sujetaba contra su cuerpo y la tiró contra la persona que allí estaba no dándole por muy poco.

     - ¡Eh!,- protestó quien allí se encontraba sentado con la espalda apoyada sobre la pared de piedra de la fuente. - ¿Qué haces, te has vuelto loco?

         Tinín enseguida se dio cuenta de su error. Por un pelo no había herido a personal civil. Qué gran error para un soldado profesional como él.

     - Perdona, - acertó a balbucear.- Creí que eras uno de los otros, de los...

         En aquel momento Tinín quedó mudo. La niña que allí estaba sentada le miró. Era la mirada más limpia que nunca había visto. Sus ojos muy claros, mechones de pelo rubio le salían por el gorro que cubría su cabeza... su cara era absolutamente angelical.

     - ¿Qué te pasa? ¿Se te ha comido la lengua el gato, o qué?,- continuó la niña.
     - No, no... es que... es que no esperaba encontrar a nadie aquí y me has asustado.
     -    Vaya, pues lo siento,- dijo la niña sonriendo.
     -     ¿Qué haces aquí sentada?
     -     Espero.
     -     ¿Y a qué esperas?,- preguntó Tinín frunciendo el rostro.
     -     A que se nuble y comience el viento.

Tinín miró el despejado cielo y comprobó lo pausado del aire. Después miró a la niña y se despidió de ella mientras se alejaba corriendo colina abajo en dirección al campamento enemigo.

La operación planeada por su ejército había sido un auténtico éxito. En no más de un par de minutos, el rival se había rendido sin condiciones. Era el momento de dirigirse a casa. Sus padres le estarían ya esperando para comer. Además esa tarde iba a colocar el Belén con su padre. Así que cuanto antes llegase antes comenzaría a colocarlo. Mientras se dirigía a por su cartera con los libros, un fuerte viento comenzó a soplar y unas amenazantes nubes taparon súbitamente el sol. Entonces miró hacia la fuente en la que se había encontrado con la niña y vio como ésta salía corriendo ladera abajo, pasaba junto a él, cruzaba una calle y se ofrecía a ayudar a cruzar un paso de cebra a una señora mayor cargada con unas bolsas. En aquel momento, a menos de un metro de donde la niña se encontraba con la anciana, una teja caía sobre la acera partiéndose en mil pedazos. Tinín había observado toda la escena y se fue para casa pensando en la suerte que había tenido su nueva conocida.

Aquella tarde, después de comer, empezó a poner el Belén. Nochebuena estaba al llegar y toda la casa debía estar convenientemente adornada para entonces. Se dirigió al trastero donde año tras año se almacenaban las figuras del Belén sobrevivientes a la Navidad anterior y las bolas con las que adornaban el árbol. Rebuscó un poco entre grandes cajas en las que se podría encontrar absolutamente de casi todo y, detrás de un viejo abrigo de su madre que “tiraría pero es que está nuevo”, encontró su objetivo: una caja rotulada con un rotulador rosa que apenas marcó en su momento y en la que se leía “figuritas” y otra en la que se leía “árbol”. Las tomó con suma delicadeza entre sus manos de niño y las llevó hasta la entrada, donde su padre ya había transformado con un tablero y unas patas, lo que normalmente era una mesita donde poner unas fotos, en lo que sería la base para su escenificación del nacimiento del Niño Dios. Tinín abrió la caja de las figuritas con la misma cara de emoción de quien no sabe qué va a encontrar dentro. Allí estaban todas, aguardándole un año más. La mula y el buey, San José, la Virgen y el Niño, pastores, un ángel, pueblerinos, los Reyes, el castillo de Herodes... Las repasó mentalmente, realizando un concienzudo examen visual de las mismas.

- Están todas, - concluyó a su padre que aparecía con una bolsa con musgo natural.
- Muy bien, - asintió su padre con una gran sonrisa mientras se sentaba en el suelo junto a él. De ahí en adelante el papel de su padre sería ese, estar sentado mientras su hijo le pedía una figura tras otra. Pero a Tinín le gustaba que su padre le ayudase, o lo que fuera que hacía allí observándole.

     En tres horas el Nacimiento estaba preparado. La sonrisa de Tinín era inmensa. Mañana irían con el coche de su padre a por el árbol que un amigo de la familia, “tío Cani”, les regalaba todas las Navidades y que conseguía de una parcela que tenía en un pueblecito cercano. La madre de Tinín había preparado algo de merendar y, mientras tanto padre como hijo se reponían del esfuerzo de construir todo un pueblo aunque fuera en miniatura, sonó el teléfono. Era Pablo, el mejor amigo de Tinín, que vivía muy cerca de él y que le explicaba que había quedado con otros amigos abajo, cerca, donde habían jugado aquella mañana a la salida de clase para otra batalla de bolas de nieve. A la madre de Tinín no le gustaba que saliera de noche, pero ya que era con amigos y estaría localizado en el cercano parque le dejó ir. “Eso sí, a las nueve en casa.”

     Cuando bajó, Pablo ya le estaba esperando en el portal.

- Tío, mañana tienes que subir a ver el Belén. Se ha quedado chuli, chuli. Además mi padre ha comprado un par de figuritas para reponer unas que se habían roto el año pasado y son chulísimas. Mañana iremos a por el árbol al pueblo, como siempre. ¿Por qué no vienes? Así podrías conocer al tío Cani, que nos da turrón y mi padre me deja probar el champán que saca porque dice que el champán de tío Cani es sin alcohol, y luego jugaremos un rato con Fita, la perra de tío Cani y podremos hacer una guerra de nieve y tirarle bolas a la perra... ¡tío, qué se las come! Ya verás, es una pasada...

     La alegría hacía hablar a Tinín más deprisa de lo que su lengua podía articularse, mientras su amigo Pablo conseguía intercalar algún monosílabo entre el atorado monólogo que su amigo le contaba dirigiéndose a paso apresurado al parquecito. Cuando llegaron ya estaba casi todo el resto de la pandilla y los equipos hechos, así que a Pablo le tocó en un bando y a Tinín en otro. La bajada de la temperatura con la caída de la noche había conseguido que hubiera todavía grandes cantidades de nieve impoluta y muy limpia. Los dos grupos enseguida construyeron sus cuarteles generales detrás de unos bancos. Los del equipo de Pablo cogieron unos cartones con los que se atrincheraron mucho más. Ante lo visto, el mismo improvisado general de la mañana que estaba en el bando de Tinín, planeó un nuevo modelo envolvente de ataque que presto enseño a sus soldados. A Tinín al igual que aquella mañana, le tocaría dar el rodeo más largo, de modo que cuando el grueso de las tropas atacase frontalmente, él lo haría totalmente por la retaguardia, encontrando totalmente desprevenido al enemigo. A la voz del general, cada uno se fue en la dirección asignada. Tinín se fue en dirección a una zona de árboles por la que podría pasar oculto hacía el campamento enemigo. Cuando se dirigía hacia ellos, le llamó la atención un gran muñeco de nieve que había muy cerca de una farola. Junto a él pudo ver la silueta de un niño. Se acercó hacia él.

- Hola Tinín,- dijo el niño mientras se volvía.

     El niño resultó ser la niña con que Tinín se había encontrado aquella mañana en la fuente que había un poco más arriba.

-          ¿Cómo sabes mi nombre?,- preguntó con cara de perplejidad.
-          Me lo dijiste esta mañana, no lo recuerdas.
-          No,- contestó Tinín haciendo memoria.- Además... no te lo dije.
-          ¿Qué haces por aquí?
-          Estoy jugando con mis amigos, ¿y tú?

-          Estaba haciendo este muñeco de nieve.
-          Eso es imposible,- replicó Tinín con aire socarrón.- Es mucho más grande que tú. A ver, ¿cómo has podido poner la cabeza encima del cuerpo, eh?
-          Pues lo he hecho yo – continuó la niña mientras se giraba hacia el muñeco y le ponía un poco de nieve en la barriga.
-          ¿Dónde vives? No te había visto antes por el barrio.
-          Estoy de paso, sólo he venido por unos días.
-          ¿Y tu padre en qué trabaja? El mío está en una oficina y mañana vamos a ir a por el árbol de Navidad para ponerlo.
-          ¡Y a mí qué!, - contestó la niña con cara de indiferencia volviéndose hacia Tinín.
-          Bueno, era por si..., por si querías venir con nosotros,- balbuceó Tinín mirando al suelo sin atreverse a aguantar la bonita mirada de los ojos claros de la pequeña.

Cuando Tinín levantó la mirada, la niña había desaparecido.

     - Mujeres,- masculló entre dientes mientras se dirigía corriendo hacia donde sus amigos se encontraban totalmente enfrascados en una monumental batalla campal de bolas de nieve.




         A la mañana siguiente, sábado, Tinín se levantó a las ocho de la mañana y se encargó de que toda la familia también lo hiciera. Había que ir al pueblo, a casa de tío Cani, el buen amigo de la familia. El día había amanecido radiante y en los tejados aún podía contemplarse la nieve caída. Pablo le dijo que al final no podría ir, así que a las nueve de la mañana, Tinín y sus padres salían por la puerta del portal en dirección del todoterreno de la familia en el que irían al encuentro del árbol de Navidad. Cuando llegaron al coche y a punto de montarse, una voz que le sonó conocida que le llamaba le hizo girarse.

-          ¡Tinín, eh, Tinín!

Al volverse, Tinín pudo comprobar que quien le llamaba era la nueva amiga del día anterior que se acercaba a ellos entre saltitos.

-          ¿Puedo ir con vosotros?,- continuó mientras les regalaba la mejor de sus sonrisas.
-          Claro, claro,- acertó a decir trabadamente Tinín mientras miraba a su padre.
-          ¿Quién es tu amiga, Tinín? No la conocíamos, ¿verdad?
-          Me llamo Amor. He venido hace poco a la ciudad,- intervino la niña de ojos claros y pelo rubio.- Mi padre ha venido a trabajar aquí... pero estaremos poco.
-          Pues todos al coche,- continuó el padre de Tinín dando por hecho que era una amiga del colegio de su hijo.- Bueno, si lo sabe tu padre.
-          Sí, sí que lo sabe. Tinín me invitó ayer a venir y ya se lo he dicho.
-          Que callado te lo tenías,- dijo el padre mientras miraba por el espejo retrovisor a los dos chavales y comprobaba como su hijo se ponía rojo por momentos.
-          ¡Papá...!,- contestó Tinín mientras miraba como se sonreía Amor.

En menos de una hora de camino llegaron a casa de tío Cani. Vivía en un pequeño pueblo de unos doscientos habitantes en mitad del monte. El paisaje era precioso. Estaba todo nevado, con unas gigantescas montañas como fondo grandioso e inmóvil, también cubiertas por el manto blanco que les rodeaba. Fita, la perra, les estaba esperando ladrando y agitando incasable su rabo a uno y otro lado. Tío Cani salió al oír ladrar a su perra.

-          Tan puntuales como todos los años, - dijo riendo mientras se acercaba al coche aparcado en la puerta de su casa.- ¿Dónde está mi pequeñajo?,- continuó mientras buscaba con la mirada a Tinín.
-          ¡Tío Cani...!,- gritó el pequeño de la familia mientras salía del coche y se disponía a abrazarle.
-          Estás hecho todo un hombretón..., ¿y quién es tu amiguita?,- continuó mientras reparaba en Amor.
-          Es una nueva amiga, ¿verdad?,- intervino la madre.- ¿Por qué no vais a jugar un rato por ahí con la nieve y la perra mientras charlamos un rato con el tío Cani.
-          Eso, y así hacéis hambre para la comida que os he preparado... y para tomar después un sorbito de mi champán sin alcohol,- dijo el tío Cani mientras le hacía un guiño cómplice a Tinín y su nueva amiga.
-          Vale,- contestó el chaval mientras miraba a la niña.- Vamos. Aquí detrás podremos hacer un muñeco de nieve. Luego vendrás tú, ¿verdad papá?

Los dos chiquillos se fueron con la perra bajo la atenta mirada de varios vecinos que se habían asomado a la calle del pequeño pueblo ante el inusual griterío que escuchaban. Pronto llegaron a las afueras del pueblo donde Tinín tenía pensado hacer un gran muñeco. Era una pradera de nieve virgen que les llegaba hasta encima de la rodilla. La perra corría en torno a ellos con gran dificultad debido a la gran cantidad de nieve. Tinín se acercó a un solitario roble totalmente desnudo de hojas y cortó una rama. Después se acercó a Amor y se la dio.

     - Ya verás, tírasela lejos a la perra y verás cómo te la trae.

         Ésta obedeció y la tiró con todas sus fuerzas. La perra que estaba junto a ella, salió corriendo a toda velocidad en busca de la rama bajo la atenta mirada de la niña que sonreía viendo los denodados esfuerzos del animal por desplazarse a través de la nieve. Cuando se hizo con ella, volvió con la rama entre los dientes donde estaban los chicos. Esta vez fue Tinín quien la lanzó y sin dar tiempo a que la perra saliera corriendo salió tras la rama animando a su amiga a que hiciera lo mismo. Lógicamente fue la perra la que llegó antes y la que volvió hacia los chavales que corrían en dirección hacia ella. Tinín volvió a cogerle la rama y la lanzó con todas sus fuerzas. La perra salió con la lengua fuera a toda velocidad en busca del juguete. Cuando estaba a un par de metros de ella, dio media vuelta y se volvió sin ella. Tinín, que había salido corriendo a la vez que el animal, le increpó por no recogerla.

-          Fita, ¿ya te has cansado? Mírame a mí,- continuó mientras seguía corriendo en dirección a la rama.
-          ¡Quieto!

La voz fuerte y clara de Amor que Tinín escuchó como si estuviera junto a ella, le hizo detenerse al momento. Se giró y comprobó que la niña estaba a más de treinta metros de él y le hacía un pausado gesto para que volviera hacia donde ella estaba. Una vez allí, dando un rodeo, se situaron encima de una gran piedra desde la que podía divisarse toda la gran pradera cubierta de nieve, el roble y la rama medio escondida en la nieve. Al momento la zona donde estaba la rama se hundió ante la asombrada mirada de Tinín. Era una zona en obras que la gran nevada había cubierto por completo. La rama había caído encima de unos tablones que servían de paso por encima de una zanja de unos cinco metros de profundidad. El chaval miró fijamente los enigmáticos ojos de Amor sin salir de su asombro, asombro que a la vez era miedo, era alegría... era una mezcla de sentimientos que su joven cuerpo no había sentido nunca.


Hoy, treinta años después, cada vez que llega la Navidad y Tinín ayuda a colocar el mismo Belén de su infancia a sus dos hijos, recuerda muy especialmente aquella mañana y a la amiguita que no volvió a ver nunca más después de aquel día. Y cómo no. Recuerda su llegada a casa aquella tarde después de pasar la jornada en el pueblo del tío Cani. Y recuerda cómo el ángel que estaba colocado junto al portal de Belén estaba caído. Y recuerda cómo al recogerlo para ponerlo en su posición, reparó en su cara. Y recuerda cómo aquel ángel que ahora estaba en manos de uno de sus hijos, tenía la misma mirada de ojos claros, el mismo pelo rubio y la misma cara que Amor. Y recuerda, siempre con un escalofrío, como aquel ángel caído que tenía entre sus dedos le miró a los ojos, le sonrió y le hizo un guiño cómplice.

1 comentario:

  1. Me lleva a los juegos de la infancia, en esas vacaciones de Navidad.

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