Hace poco escuche una reflexión
sobre lo importante que es escuchar al silencio. Aprender de él. Lo cierto es
que con los años he ido aprendiendo a saber interpretar los silencios de las
personas. Dependen de cada persona. Dependen de cada momento. Dependen de cada
circunstancia.
Ahora estoy intentando ir un
paso que considero mucho más allá. Estoy en la dura, incierta y no siempre
grata labor de aprender a interpretar mis silencios. No me refiero a los
silencios que hago más o menos intencionadamente en una conversación (esos, los
que me conocen algo saben que se interpretan con gran facilidad, como si de un gran
libro abierto se tratara). Me refiero a los silencios de mi universo. Los
silencios que desprenden las situaciones temporales. Los silencios de mi entorno vital. Los
silencios que no necesariamente van acompañados de silencio. Los silencios que
sirven para asentarte mentalmente. Los silencios que sirven para crecer
espiritualmente.
Me refiero a esos momentos de la
vida en los que te encuentras tú, cara a cara, con ella. Momentos en los que
debes de aprender a aislarte para no escuchar las múltiples interferencias que
se producen alrededor y poder crear tus propios silencios interiores de
meditación. Silencios de paz. Silencios de cogimiento y recogimiento. De
cogimiento de lo existente y de recogimiento sobre lo cogido.
Llevo vivida una temporada un tanto convulsa.
Lo cierto es que mientras la he pasado ni siquiera he sido consciente de
estarla pasando…simplemente se ha afrontado y, paso a paso, día a día, se ha seguido
para adelante. Las múltiples interferencias no me permitían silenciarme
interiormente para escuchar lo que mi universo interior quería contarme. Poco a
poco he conseguido apaciguar los ruidos que multitud de universos más o menos
ajenos al mío provocaban, unos de forma bienintencionada, otros de manera malintencionada
y otros porque debían hacerlo, simplemente porque son de los universos que
tienen que hacerse notar, que tantos hay…
Y ahora que voy aprendiendo a
aislarme, me he dado cuenta de una aparente contrariedad. Lo “bueno”, los
acontecimientos que ocurren en mi vida y que ojos ajenos podrían sin duda
catalogar como de situaciones afortunadas, aunque no sea consciente, me
estresa, me mantiene en un estado de incómoda alerta que no me permite disfrutar
del instante, de lo que me ofrece la vida. Mi ego se crece, se empieza a
considerar poco menos que inmortal y hace
llevar a mi subconsciente a querer más, a ansiar que todo sea como ese modo idílico y temporal que vivo. Y mi subconsciente me sumerge en un estado de ansiedad permanente, de
búsqueda incansable de la imaginaria felicidad infinita que me desquicia, me estresa,
me hace volverme egoísta intentando, sea como sea, conseguir más éxtasis
mental, pasando por encima de quien sea, sacando mi parte más animal, difuminándose
así por tanto en muchas ocasiones mi parte
humana, racional, cabal.
En cambio cuando lo que ocurren
son situaciones que a priori no son deseables, llamémoslas “malas”, una vez
afrontadas y asumidas consiguen transportarme a una increíble paz interior. Esos
momentos de miedos vitales hacen que sea consciente de lo realmente
insignificante que soy. Un ser, como todos los humanos, tan vulnerable que una
simple caída, un despiste o un
microscópico virus, pueden acabar con su existencia. Y esa asunción de mi propia
fragilidad me otorga la fuerza y la alegría para seguir, para exprimir al
máximo cada instante; porque la vida son instantes y nadie tenemos firmado cuál
va a ser el último. Mi subconsciente relativiza de forma mágica y pone a cada
cosa en su sitio. Ordena y prioriza lo importante y me llena de felicidad
mientras me permite disfrutar como si no hubiera un mañana (que quizá no lo
haya) de lo que tengo, de lo que soy…y lo que es más importante, con los que tengo
y que me hacen ser.
Poco a poco, día a día, estoy
aprendiendo a ser libre, a romper las ataduras terrenales que no me permiten
disfrutar del regalo de la vida y la libertad. No es fácil y constantemente desando
lo caminado para volver a sucumbir en mis mortales miedos de inseguridad. Pero
poco a poco lo voy consiguiendo. Poco a poco veo cómo rascar de todas las
situaciones para ver su lado positivo y aprender; aprender además sin echar la
culpa de lo que ocurre a nadie, desde el prisma de la autorresponsabilidad. Ese
me parece uno de los puntos más importantes para conseguir ese equilibrio de
crecimiento interior hacia el disfrute pleno. Asumir los hechos en primera
persona y ver cómo podría haberse obrado para que el final fuera el deseado.
Eso sí, sin traumas, sin resentimientos ni propios ni ajenos, sin odios, siempre
desde el punto de partida del análisis objetivo y con el punto de llegada de
crecimiento, estabilidad y plenitud interna.
“Juan Salvador Gaviota voló mucho más allá de los lejanos acantilados.
Su único pesar no era la soledad, sino que las otras gaviotas se negasen a
creer en la gloria que les esperaba al volar, que se negasen a abrir los ojos y
a ver”.
Esos silencios profundos y reflexivos son los que a unos nos hacen pensar en la existencia del alma, espíritu, etc. Son los que nos diferencian entre nosotros y son los que nos unen. Nos convendría a todos estar de vez en cuando unos días provocando esos silencios en algún minasterio católico, budista, etc. Seríamos más condescendientes con nosotros mismos y con nuestro entorno.
ResponderEliminarLos silencios, que deberian ser más numerosos en mi vida, los lleno de naturaleza, porque se me hacen más comodos. Me falta practicar un poco más ese silencio interior.
ResponderEliminarAlgunos encuentran el silencio insoportable porque tienen demasiado ruido dentro de ellos mismos y, normalmente, causa temor porque tenemos miedo de encontrarnos a nosotros mismos
ResponderEliminar