El otro día reflexionaba con
alumnos de 13/14 años sobre la ética de la producción, con base en unos textos explicativos
sobre los aditivos potencialmente cancerígenos que se usan en la agricultura y
sus peligros, la industria textil que desarrolla su producción en países
asiáticos en fábricas inseguras y en régimen de semi-esclavitud de sus
trabajadores y los ingredientes usados en infinidad de productos que contaminan
despiadadamente el medio ambiente.
Ingenuamente pensé que los textos
y su puesta en común servirían para llegar a la conclusión de que algo no iba
bien en los modos de producción asumidos mundialmente. Ingenuamente pensé que
iban a salir nuevos líderes de opinión en contra de las desigualdades sociales.
Ingenuamente pensé que alguien decidiría
mirar las etiquetas antes de comprar uno u otro producto. Ingenuamente pensé
que movilizaría conciencias hacia un consumo más responsable.
Todo lo contrario. Su bienestar,
el uso de sus marcas favoritas o de su comida preferida, estaba por encima de
cualquier texto que pretendiera explicarles la realidad mundial. En aquel
momento me quedé muy descorazonado. No era capaz de hacerles preguntas que
generasen en ellos un debate que inclinara la balanza del futuro mundial hacia un
régimen de mayor igualdad. ¿Pero cómo era posible? ¡Si son chavales! ¿Cómo era
posible esa disposición más propia de un cuarentón acomodado que de unos jóvenes
que van a liderar el mundo tanto en los entornos políticos como económicos en
los años venideros?
Obviamente no lo dejé así. Estoy
de acuerdo en que los extremos no son buenos y que tampoco quería llevarles a
realizar unos planteamientos extremos de sus hábitos consumistas, pero no podía
permitir una indiferencia y pasotismo total ante el entorno circundante. Si eso
ocurriera, ¿qué futuro iban a ser capaz de construirse? ¿Qué depararían los
años venideros al conjunto de la humanidad? ¿De verdad el conocimiento que se
genera y transmite a la velocidad de la luz gracias a la evolución de las
nuevas tecnologías no iba a servir sino para acrecentar las diferencias
sociales y económicas mundiales? Como decía, no iban a doblegarme tan fácilmente.
Así que rebusqué información
fiable por sangoogle y encontré unos vídeos crudos, sí, ¿por qué no decirlo?,
muy crudos, sobre realidades derivadas de la falta de ética en la producción. Y
se los puse al día siguiente. ¡Qué alegría! Vi cómo sus rostros cambiaban de
expresión según avanzaban los vídeos (los puse de más suave a más duro). Vi la
emoción en sus ojos. Vi que entendían cómo el azar del nacimiento en uno u otro
país podía desencadenar una serie de acontecimientos que marcarían tu vida…y
quizá de por vida. Vi cómo entendían que los productos potencialmente cancerígenos
a los que no damos importancia, sí que tienen importancia. Vi lágrimas en
algunos casos, empezando por mis propios ojos. ¡Sentí la esperanza, al fin, de que quizá algunos de
esos chavales en unos años podrían hacer algo por cambiar la realidad injusta
del mundo!
Por si alguien tiene la
tentación, aquí dejo los links a los vídeos en el mismo orden que se los puse:
(Este último especialmente impactante
desde el minuto 19)
Aquel día dormí muy bien. Me fui
a la cama con la tranquilidad de haber colaborado, en la medida (escasa) de mis
posibilidades en construir un mundo mejor. Poco a poco, entre todos, sumando
voluntades, compromisos, inquietudes…
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