“Estamos preparando a nuestros estudiantes para trabajos que aún no existen, en los que tendrán que usar tecnologías que no han sido inventadas, para resolver problemas en los que no hemos pensado todavía.” Richard Riley, exsecretario de Educación de EE.UU.
La inteligencia humana es una facultad individual y
personal, pero se desarrolla siempre en un entorno social e histórico que
determina sus posibilidades. Cuando los hombres de las cavernas no tenían para
comer, les era más fácil ser conscientes de que en el entorno hostil y de
supervivencia en que se movían, debían idear algún tipo de inteligencia
colectiva que les posibilitara cazar más eficientemente y asegurar que sus
períodos de hambruna fueran menores. Debieron aprender a diseñar estrategias
con una visión global, de conjunto y de anticipación, que les permitieran,
primero, llenar el estómago, y posteriormente con sus necesidades primarias
saciadas, evolucionar hasta la sociedad de conocimiento en la que nos movemos
hoy en día.
Unos cuantos millones de años después de que unos
cavernícolas aprendieran a rodear animales para así cazarlos más fácilmente,
mientras se construía una catedral, un paseante curioso se acercó al lugar
donde trabajaban los canteros. Cuando llegó al primero de ellos le
preguntó: “¿Y usted, qué está haciendo?”. El cantero, que no debía
de estar en su mejor día, le contestó: “Aquí, sudando la maldita
piedra, con este calor y con este c… de capataz encima de mí todo el día.” Repitió
la pregunta al segundo cantero, el cual contestó: “Lo que me han
mandado, que talle esta piedra con las medidas que me han dado.” Se
acercó a un tercer cantero, un joven aprendiz de unos doce años, con la misma
pregunta; “¿y usted qué está haciendo?”. “¡Estoy
construyendo una catedral!”, contestó incorporándose con una sudorosa y
orgullosa sonrisa en su rostro. Aunque los tres estaban realizando el mismo
trabajo, pequeño sin duda ante la inmensidad del proyecto, sólo el último no
había olvidado y tenía muy presente la grandeza del proyecto en el que estaba
trabajando. El último, aun seguramente sin ser consciente de ello, era poseedor
de la inteligencia colectiva necesaria para hacer avanzar a la humanidad. El
último era Pierre de Montreuil (arquitecto y Doctor en Piedras como
reza su epitafio), entonces aprendiz, y que llegó a dirigir
las obras de la catedral de Notre-Dame para la que comenzó tallando
“insignificantes” piedras.
Creo que podemos considerarnos muy afortunados de la
época que nos ha tocado vivir y de la parte del mundo que nos ha tocado
habitar. Pero esto, más allá de dejarnos indiferentes y acomodados, nos debe
mover a estar en un continuo planteamiento de los estándares establecidos. Por
lo que a mí respecta, me siento en la obligación moral de estar en un constante
proceso de aprendizaje, de estar continuamente intentando despertar tanto en mí
como en mi entorno la inquietud por aprender. En una sociedad como la actual
donde crees haber inventado algo y al teclearlo en internet compruebas que ya
se te ha adelantado alguien, aprender significa tener las bases para innovar. E
innovar está al alcance de todos, en los procesos más sencillos o en los más
diferenciadores, aquellos que marcan el devenir de la historia de la humanidad.
Innovar es ver lo que existe, cuestionárselo, darle un enfoque distinto y,
finalmente, conseguir una nueva práctica más rentable que la existente hasta el
momento. No siempre sale a la primera y a veces simplemente no sale. Tenemos
que tener claro que unos estudios, una experiencia o una edad, no son sinónimos
de saberlo todo, de “estar de vuelta de todo”, si bien, obviamente, el
conocimiento adquirido debe ayudar a tener perspectivas más amplias de
entendimiento.
Por delante tenemos la apasionante tarea de colaborar de
forma activa en la mejora y transformación de una sociedad mundial que demanda,
cada vez más, que las sociedades posean una auténtica cultura de la innovación.
Cultura de la innovación que repercuta directamente en una mejora de las
propias sociedades, de las más avanzadas, de las emergentes y de las que aún
están lejos del desarrollo de las primeras. Además, en este mundo acelerado que
nos está tocando vivir, esta cultura de la innovación, mezclada con el trabajo
tenaz, humilde, diario, constante y constantemente enfocado al desarrollo
socialmente responsable, es el único modelo válido de asegurar la pervivencia
del mundo que nos ha tocado habitar. Al menos que yo conozca.
Debemos aprender a aprender, siendo controladamente
inquietos; porque esa es la base del progreso.